—Una bebida más, por favor.
—Señor Baudelaire, ya es el cuarto vaso que toma—respondió
el cantinero—y debo recordarle que aunque ya esté muerto, el alcohol en exceso
sigue siendo peligroso.
—No te pago para que me aconsejes, te pago para que me des
de tomar—Charles ignoró al joven y continuó bebiendo.
A las puertas del bar se hallaba Arthur Rimbaud, quien
fijaba su mirada hacia las afueras.
—Eh, Arthur, ¿entras o no?—preguntó Charles, risueño, o
mejor dicho, borracho.
—Walt Whitman ha montado un campamento nudista ahí afuera.
—Ah sí, es que no podemos permitirle entrar sin ropa aquí,
reglas son reglas—señaló el cantinero—si quieres unírteles no hay problema,
pero luego aquí te vienes vestido.
—Hmm, si Paul se entera me pega otro tiro, mejor me quedo
aquí.
—Miedoso—le llamó Baudelaire
—Señor Poe, ¿le gustaría leer alguno de mis poemas? Mire,
este se llama Azatoth, si quiere se lo recito—Lovecraft, que no estaba
invitado, se las había arreglado para colarse en la tertulia y ver a su ídolo,
quien a su vez, estaba tratando de evitarlo.
—Ya entiendo por qué tiene su propio círculo allá
abajo—pensaba Poe mientras buscaba algún lugar para esconderse hasta que
lleguen los demás comensales—¿por qué Dante se tarda tanto en venir? ¿Se habrá
perdido otra vez en el infierno?
Se oyó un portazo y todos los presentes dieron vuelta a ver
quién había llegado, se trataba de Charles Bukowski. El cantinero resopló
molesto, y sacó otro vaso para el ya mencionado.
—De lo que sea que ese esté bebiendo—dijo señalando a
Baudelaire—dame el doble.
—No quiero que iniciemos una competencia de beber, Charles.
—Sabes que sí—dicho esto, ambos se miraron desafiantes
mientras el cantinero sólo podia expresar su fastidio con su mirada.
Escondido en un barril de amontillado, Poe escuchó a alguien
silbando una melodía mariachi.
—Por favor, que no sea él—pero lo era, Ambrose Bierce hizo
acto de presencia, y se sumó a la competencia de bebidas, no sin antes abrazar
fuerte a Edgar y dejarle una botella de mezcal de regalo—¿Qué les parece si
empezamos a recitar, muchachos?
—Pero aún faltan invitados—señaló Rimbaud.
—Eso no me importa
—¿Y si lo dejamos para otro día? Creo que ninguno de los dos
Charles está en condiciones de recitar algo—en efecto, ambos habían caído
desmayados. El cantinero simplemente los miraba lamentándose.
—Sí, mejor así—se convenció rápido Edgar mientras abandonaba
el lugar, mientras regresaba a su tumba, Whitman lo saludó y le preguntó de
unirse al campamento, a lo que él respondió mostrándole el dedo medio y
pensando—estas reuniones, nunca más.
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