sábado, 13 de junio de 2020

La máquina de borrar las malas memorias

 

El hombre entró al bar y se sentó en una mesa solo, bien alejado del resto de los clientes. El mozo, al acercarse, creyó ver en él una mirada de desilusión. Más tarde, mientras el hombre tomaba su café, notó como otro sujeto se sentaba enfrente suyo. Llevaba traje, como él, pero tenía una cicatriz en el ojo izquierdo. Aquel desconocido llamó al mozo y pidió “lo mismo que su amigo”.

—No somos amigos—retrucó el hombre.

—Lo seremos—respondió sin mirar el tipo de la cicatriz.

—A menos que tengas una forma de hacerme olvidar todo lo malo que viví, no lo creo.

—Eso es lo que estoy buscando—le extendió una tarjeta con un número y una dirección—tengo una empresa dedicada a ayudar a las personas a eliminar sus recuerdos, y por un precio relativamente bajo. Siempre vengo a este bar en busca de nuevos clientes, y usted tiene cara que quiere sacar cosas de su pasado.

—Gracias, pero no caigo en esas cosas, muy amable.

—Guarde la tarjeta, insisto.—el sujeto de la cicatriz se marchó sin tomarse el café.

Al volver a su casa, el hombre dejó la tarjeta arriba del escritorio y se fue a dormir, pensando en si lo que había vivido había sido un sueño. Se convenció cuando al otro día vio que la tarjeta había desaparecido del escritorio. Yendo al trabajo sintió que un papel se le caía del bolsillo: era la tarjeta. Finalmente decidió ir, si era una estafa, los denunciaría.

Imaginó un edificio, pero el lugar no era otra cosa que una casa común y corriente. El sujeto de la cicatriz lo atendió y le pidió pasar a lo que él llamaba “cuarto de máquinas”, para luego hacerlo recostarse en una camilla. Le pidió que cerrara los ojos y fuera pensando en todos sus recuerdos, explicándole que la máquina automáticamente reconocería todos los malos y los eliminaría de su memoria. Cuando despertó, no recordaba ni siquiera su nacimiento.

 


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