Entre los hinchas empezaba a correr la voz de que se suspendía, pero al rato llegó la versión de que se jugaba. Esa fue la real, se jugaba.
"Y vamos Boca que no podemos perder, y vamos Boca que tenés que ganar" cantaba toda la Bombonera, incluida su familia, que lo incitaba a que cantara también. Félix sintió como unas vibraciones. Se preguntó si habría algún terremoto, pues eso le habían enseñado en el colegio.
Daba inicio el segundo tiempo, la niebla era todavía más espesa, prácticamente no se veía nada. Pero Félix lo vio. A él. Al que su padre y abuelo glorificaban todos los domingos. Al que llamaban Titán, a Martín Palermo entrando como si de un fantasma se tratase, empujando la pelota con la cabeza. Esa fue la primera vez que gritó un gol, aunque lo hizo en forma un poco tímida, porque tampoco quería hacer el ridículo. Pero la soltura llegaría al final, cuando, ya con la niebla un tanto despejada, un centro de ese Román del que tanto hablaban fue a parar a la cabeza de un tal Seba Battaglia, el León y ahí sí, gritó con tanta fuerza que se sintió por primera vez hincha. La cancha se venía abajo. Félix entendió que las vibraciones eran la Bombonera, que latía. Estaban en la final. Siguió yendo a la cancha y jamás olvidó lo que su abuelo le dijo aquel día: esa pasión, eso es Boca.
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