Alguna vez
Alejandro Dolina imaginó una feria del libro en Flores, con sus peculiaridades.
Quizá fue eso lo que llevó a Plinio Gutiérrez a querer hacer lo mismo en su
pueblo natal, el cual no revelaremos su nombre. Y lo hizo, también se imaginó
una feria del libro, luego de imaginarla la llevó a cabo. La llamó “Feria de
Autores Libres, Laboriosos, Independientes de Oprobioso Suplicio”, conocida por
su seudónimo, F.A.L.L.I.D.O.S. Gutiérrez cambió el nombre a “Feria de Autores
Independientes” después de darse cuenta que no sabía que significaba laborioso,
ni oprobio, ni suplicio. El siguiente obstáculo fue que debía conocer a los
autores. Gutiérrez comenzó a editar fanzines de escritores jóvenes que recién
empezaban en el mundo literario, y también libros de cualquier otra cosa. Era
año electoral en el pueblo así que el permiso municipal le fue otorgado sin
suponer problema. El único inconveniente fue esperar ya que había una larga
fila de reclamos.
La feria
tuvo lugar en la plaza del pueblo, allí escritores jóvenes, adultos y hasta los
muertos exhibían sus obras, estas últimas eran robadas con suma facilidad al no
haber nadie en el puesto. En una esquina se ubicaban los Puristas del Lenguaje,
que defendían a ultranza los viejos modismos del castellano, y en otro estaban
los que pregonaban por el lenguaje inclusivo. Dato no menor, ninguno de los dos
puestos vendía libro alguno.
Autores
internacionales visitaban la feria, pero Gutierrez no salía del idioma español,
así fue que cuando el reconocido escritor André Robespierre, de París, lo fue a
saludar cantándole “Joyeux Anniversaire”, Gutiérrez respondió “A mí con
amenazas no” y lo echó del lugar.
Había
políticos que tenían un puesto para que la gente pudiera hacerles consultas.
Obviamente el servicio era pago y generalmente las personas se iban con más
dudas de las que ya tenían. Había unos cuantos que, aunque tenían en claro que
les estaban robando, volvían a verlos igual e incluso pagaban más, vaya uno a
saber por qué.
También en
otra esquina se había colocado una carpa-biblioteca. Allí las personas que no
deseaban comprar libros o no tenían dinero suficiente elegían libros de las
estanterías y lo leían en el lugar. A la vez, la carpa estaba dividida en dos:
lectura en voz alta y lectura en voz baja, pero no había ningún biombo que separara
las secciones, y esto llevó más de una vez a una batalla campal. La
carpa-biblioteca fue también sede de amores y desamores adolescentes, pero esas
historias no corresponden aquí.
En un punto de la plaza se juntaban diversos
filósofos a dialogar, y alrededor suyo siempre había un gran número de gente,
que eran atraídos por el olor a vino que emanaban. Generalmente nadie
comprendía de lo que filosofaban, no porque ellos fueran intelectuales, sino
que el vino surtía efecto y no podían hablar bien. Alguna que otra vez uno se
desmayaba y lo dejaban ahí hasta el otro día que se le pasara la resaca. A
veces dejaban pasar dos días, o más. Un día, Gutiérrez se dio cuenta que la
gente pasaba horas en la feria, pero no tenía nada para comer, así que contrató
un food truck y lo puso en medio de la plaza, para que fuera recorriendo la
feria. Ahí ocurrió la desgracia, el carro no pudo con el tamaño del lugar,
tropezó con uno de los filósofos desmayados y cayó sobre uno de los puestos,
generando un efecto dominó que terminó por destruir la feria. Gutiérrez aseguró
que con el dinero recaudado levantaría nuevamente el lugar. A un año de la
tragedia, en el pueblo lo siguen esperando.