viernes, 23 de agosto de 2019

Feria de Autores Independientes



Alguna vez Alejandro Dolina imaginó una feria del libro en Flores, con sus peculiaridades. Quizá fue eso lo que llevó a Plinio Gutiérrez a querer hacer lo mismo en su pueblo natal, el cual no revelaremos su nombre. Y lo hizo, también se imaginó una feria del libro, luego de imaginarla la llevó a cabo. La llamó “Feria de Autores Libres, Laboriosos, Independientes de Oprobioso Suplicio”, conocida por su seudónimo, F.A.L.L.I.D.O.S. Gutiérrez cambió el nombre a “Feria de Autores Independientes” después de darse cuenta que no sabía que significaba laborioso, ni oprobio, ni suplicio. El siguiente obstáculo fue que debía conocer a los autores. Gutiérrez comenzó a editar fanzines de escritores jóvenes que recién empezaban en el mundo literario, y también libros de cualquier otra cosa. Era año electoral en el pueblo así que el permiso municipal le fue otorgado sin suponer problema. El único inconveniente fue esperar ya que había una larga fila de reclamos.
La feria tuvo lugar en la plaza del pueblo, allí escritores jóvenes, adultos y hasta los muertos exhibían sus obras, estas últimas eran robadas con suma facilidad al no haber nadie en el puesto. En una esquina se ubicaban los Puristas del Lenguaje, que defendían a ultranza los viejos modismos del castellano, y en otro estaban los que pregonaban por el lenguaje inclusivo. Dato no menor, ninguno de los dos puestos vendía libro alguno.
Autores internacionales visitaban la feria, pero Gutierrez no salía del idioma español, así fue que cuando el reconocido escritor André Robespierre, de París, lo fue a saludar cantándole “Joyeux Anniversaire”, Gutiérrez respondió “A mí con amenazas no” y lo echó del lugar.
Había políticos que tenían un puesto para que la gente pudiera hacerles consultas. Obviamente el servicio era pago y generalmente las personas se iban con más dudas de las que ya tenían. Había unos cuantos que, aunque tenían en claro que les estaban robando, volvían a verlos igual e incluso pagaban más, vaya uno a saber por qué.
También en otra esquina se había colocado una carpa-biblioteca. Allí las personas que no deseaban comprar libros o no tenían dinero suficiente elegían libros de las estanterías y lo leían en el lugar. A la vez, la carpa estaba dividida en dos: lectura en voz alta y lectura en voz baja, pero no había ningún biombo que separara las secciones, y esto llevó más de una vez a una batalla campal. La carpa-biblioteca fue también sede de amores y desamores adolescentes, pero esas historias no corresponden aquí.
 En un punto de la plaza se juntaban diversos filósofos a dialogar, y alrededor suyo siempre había un gran número de gente, que eran atraídos por el olor a vino que emanaban. Generalmente nadie comprendía de lo que filosofaban, no porque ellos fueran intelectuales, sino que el vino surtía efecto y no podían hablar bien. Alguna que otra vez uno se desmayaba y lo dejaban ahí hasta el otro día que se le pasara la resaca. A veces dejaban pasar dos días, o más. Un día, Gutiérrez se dio cuenta que la gente pasaba horas en la feria, pero no tenía nada para comer, así que contrató un food truck y lo puso en medio de la plaza, para que fuera recorriendo la feria. Ahí ocurrió la desgracia, el carro no pudo con el tamaño del lugar, tropezó con uno de los filósofos desmayados y cayó sobre uno de los puestos, generando un efecto dominó que terminó por destruir la feria. Gutiérrez aseguró que con el dinero recaudado levantaría nuevamente el lugar. A un año de la tragedia, en el pueblo lo siguen esperando.